Un cuento oriental de occidente



Érase una vez un joven discípulo y su anciana maestra. Cada tarde se dirigían a un pequeño riachuelo donde pasaban las horas sentados sin decir nada, solo observando sus aguas. 

Un día el joven discípulo preguntó: 

—Maestra, ¿por qué cada tarde venimos a sentarnos al borde de este riachuelo?

Y la maestra le respondió: 

—Para aprender de sus lecciones. 

El joven abrió los ojos sorprendido y dijo: 

—Pero maestra, ¿Cómo es posible que un rio tan insignificante de lecciones? 

La anciana señaló con la punta de su bastón hacia las tranquilas aguas. 

—Dime, ¿Qué ves reflejado en el agua? 

El joven se asomó al borde del río y vio la imagen de su rostro en él. 

—Me veo a mí— respondió no muy seguro de si aquella debía ser la respuesta correcta. 

—Es decir, que a pesar de no formar parte de él, sus aguas muestran tu imagen fundida en ellas. ¿Sabes por qué? 

Ante el silencio del joven la anciana continuó: 

—Las aguas siguen el curso que el sendero les marca, no oponen resistencia y sólo son los obstáculos externos los que pueden detener su fluir; pero el agua sabe que el tiempo conseguirá erosionar ese obstáculo y finalmente, podrá retomar su camino porque nada es eterno. Las aguas atraviesan miles de lugares y aunque siguen siendo el mismo río ofrecen a la vista paisajes, gentes y cielos distintos sin ocultar nada de lo que a ella se asoma... A todos ofrece por igual generosamente sus aguas. —Pues bien, —continuó el maestro— a ese sendero que sigue fielmente le llamamos Dāo, o la forma natural y espontánea en que la Vida nos hace hacer las cosas; a la paciente (que no pasiva) espera, la llamamos Wú Wéi o acción sin acción y, a la capacidad de poder reflejar todas las cosas, Dé o Virtud porque cuando te miras ante su cristal no es su imagen la que aparece, sino la tuya; así cuando aprendas a ver al otro como si fueras tú, cuando aprendas a considerarlo como un igual, como en el espejo los dos seréis uno, esa es la humanidad que surge de la virtud. Estas son las enseñanzas de los ancianos tras la experiencia que da la vida y la atenta observación de la naturaleza. Por eso, cada tarde nos sentamos al borde de este humilde rio para aprender a ser como él. 


[Autor: Maris Stella Morales]

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